FF.CC: soberanía pura

Con esta medida de solicitar DNI en las terminales ferroviarias, se generó una polémica nacional bastante bizantina y que demuestra que una importante parte del país está afuera de la misma, como es la región patagónica, que, para empezar, no posee trenes de pasajeros; más allá de la docena de proyectos que siempre quedaron en la nada. Por ello, vale la pena historiar un poco del poco interés –en esa materia- que desde los gobiernos centrales han tenido para con nosotros.

Hace 58 años, se implementaba desde el gobierno central la eliminación del sistema ferroviario nacional. Con la excusa de su déficit y un anacrónico sistema; el gobierno de Arturo Frondizi instaló el denominado “Plan Larkin”, un esquema de vaciamiento implementado por un norteamericano de nombre Thomas y obvio apellido: Larkin. Monitoreado por el Banco Mundial y operado por el inefable Álvaro Alsogaray (que era ministro de Economía) y por las 10 multinacionales automotrices de colectivos y camiones instaladas en Argentina, se abandonaron en Argentina el 32% de las líneas férreas (entre ellas las patagónicas); se despidieron a 70.000 trabajadores y se redujo a chatarra y venta a precio vil todas las locomotoras a vapor y los vagones respectivos. Por supuesto, se aumentaron las tarifas del servicio.

Ya en los 90, otro personaje de la política vernácula como Carlos Menem y sus exégetas descartaron 800 estaciones de trenes más, bajo el mismo argumento: déficit estatal, privatización y aumento de tarifas y subsidios estatales para esos prebendarios que dicen que el Estado es deficitario. Para cerrar el círculo, unos años después, un radical conservador devenido en aliancista llamado Fernando De la Rúa vendió ese último material ferroviario en desuso 20 veces menos a su valor real y estipulado originalmente.

En síntesis, en poco más de medio siglo, pasamos de ser la octava línea férrea más extensa del planeta con 100.000 kms. a dar lástima. Pasaron desarrollistas, militares, peronistas y radicales. A todos los chupó un huevo. Está claro, les importa un carajo la soberanía y la conectividad de los pueblos. El ferrocarril no es costo. Es inversión. Es orgullo y es progreso. Evidentemente, a otros no les parece tanto. Y van ganando.