Los mártires de Chicago

Fue hace más de un siglo, en este mes, en el norte de las Américas. Eran cuatro y fueron mártires. En serio.

Hace exactamente 135 años, un 11 de noviembre de 1887, en Estados Unidos el Gobierno ejecuta a cuatro anarquistas conocidos como los mártires de Chicago condenados a muerte por el proceso de los hechos de la Revuelta de Haymarket en la huelga del 1 de mayo para ganar una jornada de 8 horas de trabajo. Lo que derivó en la celebración del Dia del Trabajador en su memoria.

Mártires… en serio.

Los tipos tenían oficios diferentes. Se rebelaron. Se le plantaron a las patronales que no se habían hecho eco de una ley de reducción de la jornada laboral de 16 a 8 horas diarias. Su osadía replicó por todo el gran Estados Unidos de América que en 1886 comenzaba con su gran expansión industrial y territorial.

El 1 de mayo comenzó todo con una huelga de 200.000 trabajadores. La mayoría, que vivían en condiciones indignas tenían un origen europeo. Italianos, españoles, alemanes, irlandeses, rusos, polacos y demás esclavos que le dijeron a los dueños de la tierra que no había más feudos ni explotación. Habían cruzado los mares, no para buscar un lugar, sino un destino y no permitirían que nada ni nadie le quitara ese sueño. A ellos y a sus hijos. Y a los hijos de sus hijos (cualquier parecido con otra realidad no es coincidencia).

Lo calificaron de anarquistas, comunistas, sediciosos, traidores y de todos los males del planeta. Tres días después y ya con seis muertos en su haber y centenas de heridos por la fuerza del orden de un país “amante de la libertad”, se produjo la llamada Masacre de Haymarket (una especie de plaza de Mayo de Chicago). Allí una persona que nunca fue identificada (aunque hipótesis y conjeturas hay varias) arrojó una bomba incendiaria contra las fuerzas policiales, mató a uno e hirió a otros varios y la represión –armada para tal fin- no se hizo esperar más que 2 segundos. 31 personas fueron enjuiciadas por el hecho. Siete meses después, sin garantías ni defensas. 8 fueron condenados, 2 a cadena perpetua, uno a 15 años de trabajos forzados y 5 a la muerte en la horca. Uno de los condenados a muerte, de profesión carpintero, se suicidó antes que llegara su verdugo.

Los otros 4 (3 periodistas y un tipógrafo) si fueron parte de una ejecución con público. Uno de ellos, llamado August Spies, detuvo a su ejecutor y les gritó al privilegiado público que asistió a morbosa ceremonia: «La voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Después y previo a pasar a la inmortalidad y reírse junto a sus compañeros de desgracia, seguramente, los mandó al carajo.

Por supuesto, ni en Estados Unidos ni en varios países angloparlantes, el 1 de mayo no se celebra nada. Impermitible. Les da vergüenza. A nosotros no. Salud a todos los trabajadores. A ustedes, viejos. A todos, los viejos y los no tanto. Donde quieran que estén. Con las estrellas o en la tierra. Con nosotros.

Alegatos

Los alegatos de los acusados o condenados fueron los siguientes:

  • Adolph Fischer (alemán, 30 años, periodista):

“Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que me imponen porque no he cometido crimen alguno… pero si he de ser ahorcado por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan de mi vida”.

  • Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista, esposo de la mexicana Lucy González Parsons aunque se probó que no estuvo presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado igualmente):

“El principio fundamental de la anarquía es la abolición del salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas anarquistas, está bien: mátenme”.

  • August Vincent Theodore Spies (alemán, 31 años, periodista):

“Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis pretendidos crímenes son su historia. […] Puede sentenciarme, pero al menos que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia”.

  • Louis Lingg (alemán, 22 años, carpintero), para no ser ejecutado se suicidó en su propia celda.

George Engel (Alemán, 51 años, tipógrafo)

“No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte, es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio. Desprecio su orden, sus leyes, su fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme”!

Un relato para la historia

La excepecional narrativa relato de la ejecución por José Martí, corresponsal en Chicago del periódico La Nación de Buenos Aires es por demás elocuente:

“ … salen de sus celdas. Se dan la mano, sonríen. Les leen la sentencia, les sujetan las manos por la espalda con esposas, les ciñen los brazos al cuerpo con una faja de cuero y les ponen una mortaja blanca como la túnica de los catecúmenos cristianos. Abajo está la concurrencia, sentada en hilera de sillas delante del cadalso como en un teatro… Firmeza en el rostro de Fischer, plegaria en el de Spies, orgullo en el del Parsons, Engel hace un chiste a propósito de su capucha, Spies grita: «la voz que vais a sofocar será más poderosa en el futuro que cuantas palabras pudiera yo decir ahora». Les bajan las capuchas, luego una seña, un ruido, la trampa cede, los cuatro cuerpos caen y se balancean en una danza espantable…”