Mané, ese otro héroe trágico

«Aquí descansa en paz el hombre que fue la alegría del pueblo». Así está escrito en su lápida en Pau Grande, poblado cerca de Rio de Janeiro, infestado de favelas y perdonavidas. Hoy, se cumplen 48 años de su muerte y, todavía, la sola mención de su nombre consigue dibujar una sonrisa en los rostros de los brasileños y de henchir de orgullo sus corazones. El médico, al certificar su muerte a los 49 años, invitada por el vicio del tabaco y el alcohol, dijo «desconocido». Ni idea tenía. Una madrugada del 20 de enero de 1983 fallecía Manuel Francisco Dos Santos, alias Mané; pero más conocido por su sobrenombre universal bien querido por los malqueridos: Garrincha. En homenaje a un pájaro del Mato Grosso brasileño parecido a él. Feo, negro, torpe y veloz. Y guapo.

Hijo indómito de un indio y una negra, hermano de otros seis, fue el más fulero de todos, medio tonto, con una pierna más corta que la otra y con sus pies girados 80° grados hacia adentro. Fumador de los 10 y tomador de los 11, tuvo 40 amantes, 13 mujeres y otros tantos hijos. Compartió un amor tormentoso con la cantante Elza Soares en su época de gloria y embriaguez y fue, quizás, el mejor jugador de todos los tiempos en donde se juega el mejor fútbol de todos. Sólo la leyenda de Pelé evita esa definición y con quién -juntos- en la selección jamás perdieron un juego. Fue campeón con el Botafogo tres veces. El club de su vida (que hoy lo extraña a horrores), aunque pasaron otros. Y dos veces campeón mundial con su selección, donde lo reventaban a patadas los «Joao» (para él todos sus rivales se llamaban así).

Dijeron que ese patizambo nunca podía caminar. Sin embargo, fue un fuera de serie, que enloqueció a sus rivales e hizo delirar a los que lo iban a mirar, desacreditando a los expertos que un retardado así no podía jugar tan bien. Nunca paró de sufrir como lo marca una frase suya, lapidaria: «Mi vida es una lucha entre el bien y el mal, pero siempre pierdo yo».

Un día dijo chau, no va más. Y se fue como ese pájaro rápido y torpe que era. Una marea humana lo acompañó hasta su descanso final. Fue una despedida incomparable a uno de sus artistas más amados. Que terminó como arrancó. Sólo, triste, abandonado. Otro pobre y pequeño mortal que ayudó a un país a suspender sus tristezas; que vuelven irremediablemente y en donde ya no hay un Garrincha disponible. Se fue a volar y nunca más lo atraparon. Héroe trágico que quemó sus alas prematuramente. Sin molde, sin paz, sin olvido.